6 sept 2010

El Martillo y la Piedra

Por Luis Roldán González de las Cuevas

Había una vez un aprendiz que seguía los pasos de su maestro. Era meticuloso, disciplinado, imitaba a su mentor hasta en el más mínimo detalle.


Su progreso era notable, el maestro delegaba cada vez más sus tareas.

- Ya estoy viejo, dentro de poco tú estarás a cargo del taller y yo a descansar- le decía al discípulo.

Esto motivaba aún más a Pedro – así se llamaba el aprendiz- y se aplicaba con todo ahínco a su trabajo.

Un día llegó un vecino de las afueras del pueblo pidiendo a Pedro, que estaba en ese momento, que fueran a su casa a realizar un trabajo. Como siempre Pedro llamó a Ramón – así se llamaba el maestro – para que fueran juntos. Sin embargo Ramón le dijo:

- Ya es hora de que vayas sólo, podrás hacerlo sin mí, hay que andar muchos kilómetros y hoy me siento cansado, anda ve.

Pedro se sintió orgulloso de la confianza que su maestro depositaba en él, a la vez que sentía algo de temor ¡Era la primera vez que haría algo tan importante completamente sólo!

Fueron casi dos horas de viaje, con calor y con la carga de sus herramientas. Había tenido esto en cuenta y entonces había calculado como llevar sólo lo indispensable y lo más ligero, pero cuidando de que pudiera hacer su trabajo tan bien como siempre.

-¿Un poco de agua? - Le ofreció el vecino. Pedro casi no traía agua para llevar menos peso en el camino. Después de un sorbo rápido, se puso a trabajar.

La tarde estaba avanzada y el trabajo casi terminado. Pedro tenía que clavar un gran clavo, echó mano al martillo pero descubrió en ese momento que el que había traído era muy pequeño para esa tarea. Insistió una y otra vez pero poco era lo que podía introducir el clavo.

Desanimado, le confesó a su cliente el problema y cabizbajo echó a andar para volver antes del anochecer. Llegó casi con la luna al taller y encontró allí a Ramón.

-Maestro, mire lo que me ha ocurrido…tendré que volver mañana.

-Te acompañaré – dijo secamente el maestro – mañana a las 7 nos encontraremos aquí.

Esta vez llegaron los dos a la casa del vecino. Pedro, muy precavido, había llevado un martillo mayor, el que calculaba sería la solución. Cuando iba a golpear ese desgraciado clavo Ramón lo detuvo con un gesto, luego caminó unos pasos, miró las piedras que había a su alrededor y eligiendo una la cogió. Con un par de golpes el clavo estaba en su sitio.

Durante el camino de vuelta el maestro le preguntó al aprendiz:

- ¿Qué has aprendido de esto?

- Qué usted tiene mucha experiencia y recursos.

-No – le dijo el maestro – no es eso. Mira Pedro – continuó – es muy bueno saber usar las herramientas adecuadas y ser riguroso en el trabajo, sin embargo, a veces la solución está en la imaginación, en salirse de los moldes, tal vez en olvidar lo aprendido.

Ahora viene la reflexión por nuestra parte. En estos tiempos cambiantes, con factores imprevisibles ¿No habrá que echar mano de algunas alternativas no habituales para salir y preparar el futuro?

Para pensar. Hasta pronto