Por Luis Roldán González de las Cuevas
Había una vez, hace mucho tiempo, un hombre muy emprendedor y osado que se llamaba Enrique. Sin embargo en los negocios no le iba muy bien y a todo el mundo le extrañaba que fuera así, dado su carácter y temperamento.
Llegó el gran día, el vuelo inaugural estaba planeado y listo. Los pasajeros serían sus amigos y vecinos, invitados gratis al evento.
El final del cuento lo dejo a gusto del lector, pero me permito sacar la moraleja.
-¡Mira a Enrique, con lo inteligente y valiente que es, y nada…no levanta cabeza! - decían sus amigos y vecinos.
Una mañana Enrique estaba leyendo el periódico y se encontró con que el número de la lotería que siempre había seguido era el premiado. Su cabeza comenzó a dar mil vueltas pensando y repensando negocios, pero había una idea que le seducía desde pequeño: volar. Estaba decidido, ¡tendría una compañía aérea!
Compró entonces su primer avión, muy grande, de los mejores. Ya que empezaba había que hacerlo bien, pensó Enrique.
El avión comenzó a carretear en la pista bamboleándose un poco…tal vez demasiado.
Una vez arriba el servicio no fue mejor. Las dos azafatas tropezaban entre sí, no acertaban con los pedidos de los pasajeros, se les caían las bandejas y para colmo el avión seguía en una trayectoria un tanto “irregular”…tal vez demasiado.
De las primeras bromas, los pasajeros comenzaron a pasar al pánico.
-¡Enrique! ¡Dónde está Enrique! - ya gritaban algunos. Pero Enrique, luego de las palabras iniciales que pronunció al pie del avión, había desaparecido.
La cosa no siguió mejor, casi peor…tal vez demasiado.
Pero los buenos vientos y la buena suerte hicieron que por fin llegaran a destino, no sin antes dar varios tumbos en la pista…tal vez demasiados.
Al bajar, los pasajeros irritados y descompuestos reclamaron otra vez a gritos la presencia de Enrique. Entonces Enrique apareció bajo la mirada atónita y sorprendida de sus pasajeros que no podían creer lo que veían.
Salió de la cabina con su recién estrenado uniforme de piloto, esbozando una sonrisa un poco tonta, como de disculpas.
-¡Tú, eras piloto! - atinó a decirle uno de sus amigos.
- Pues…bueno...siempre me gustaron los aviones, hice un pequeño curso, mis primas son de buen ver y habían querido siempre ser azafatas… en fin, pensé que podríamos hacerlo bien – balbuceó Enrique.
De pronto todos se dieron cuenta de la razón por qué a Enrique siempre le había ido mal en los negocios.
Según muchos expertos una de las razones de peso que frenan el crecimiento de las Pymes y las ponen en riesgo es la falta de profesionalización.
Me atrevería a añadir algo, fruto de mi propia experiencia, los puestos más “duros” o técnicos, llámese jefe de taller, informático, financiero, están más profesionalizados que los de gestión:comerciales, gerentes, supervisores...
¿Acaso un mecánico tiene que aprender y "saber hacer" y un gerente puede ser cualquiera?
¿El gerente no debe estar igualmente preparado en lo suyo?
¿Por qué muchos ponen a Enrique como piloto y a sus primas como azafatas?
Para pensar.
Hasta pronto.
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